martes, enero 29, 2013

EL ÚLTIMO REFUGIO DE LA HOSPITALIDAD RIOJANA

Uno de los recuerdos más entrañables que conservo de mi infancia, es la mezcla de olores que penetraban en mi naricilla respingona cuando me llevaba a la boca una aceituna, después de haber estado jugando en la lumbre y con los perros, a la entrada de la cueva donde estaba la pequeña bodega familiar de los primos de mi madre, en Medrano (La Rioja). Se trataba de una deliciosa y compleja mezcla de aromas compuesta por los elementos siguientes: las mohosas y húmedas paredes de la bodega, el humo y las brasas de los sarmientos, las chuletillas, choricillos y pimientos rojos que se asaban en ellas, el vino tinto del año, los huesos de las aceitunas y el sobado pelaje de los perros.

Recuerdo a mi tía regañándome: “¡Deja ya en paz la lumbre, chiquito, que te vas a mear en la cama!” Y a mi tío exclamando: “¡Rosiente! ¡Rosiente habéis dejao el mango del porrónMecagüen sos!” Mientras se dirigía raudo a las escaleras de la bodega con los porrones de vidrio vacíos en la mano, para, al rato, subir con ellos llenos del preciado líquido de color granate oscuro con brillos cristalinos, del que daban buena cuenta todos mis familiares adultos, que hacían gala de una extraordinaria habilidad para atinar con el fino chorro de vino en una minúscula rendija de la boca, mediante inverosímiles gestos, escorzos y posturas, que los niños admirábamos boquiabiertos, mientras nos teníamos que conformar con un vaso de mosto o limonada, en el mejor de los casos (ya conocéis cómo va la copla: “el agua es para lavarse y pa las ranas que nadan bien…”).

Hoy en día, en pleno corazón de La Rioja, en el valle del río Jubera, en esa especie de “tierra de nadie”, transición de transiciones entre la sierra (Cameros Viejo - Sierra de la Hez) y el valle (Rioja Media - Rioja Baja), hay un pueblo donde se mantiene muy viva la tradición de los “caños” o “calaos”, esas rústicas bodegas familiares ubicadas en cuevas o sótanos, donde los pequeños viticultores hacen su propio vino, mayoritariamente tinto joven (principalmente a base de “Tempranillo” y “Garnacha”), pero también algo de blanco (con “Viura” y alguna otra variedad de uva) y muy poco clarete, algún que otro año (al parecer, en este pueblo no les gustan las “medias tintas”).

Se trata de Lagunilla del Jubera, pueblo de esbelta y altiva torre, donde viven unas gentes llanas y entrañables, capaces de arropar y calentar nuestros estómagos y nuestros corazones con sus excelentes viandas e inmejorables caldos, pero, sobre todo, con sus alegres, acogedores y hospitalarios espíritus. Sin duda, son gente noble, trabajadora, dicharachera y dichosa, que disfruta cultivando y podando sus viñas, vendimiando a mano, pisando las uvas con sus pies desnudos, trasegando el vino, probándolo en buena compañía y mimando sus caños, sus casas, sus hornos, sus familias, sus amigos e incluso a los que no son tan amigos, porque aquí acogen con gran calor y cariño a los visitantes que nos acercamos a este escondido rincón de La Rioja.

Estas fechas invernales son ideales para probar el primer vino del año, aún sin hacer del todo, con bastante contenido carbónico que produce algo de “aguja” y espuma, sabor afrutado, ligeramente turbio, pero una auténtica delicia sólo al alcance de unos pocos privilegiados (2ª foto).

La cultura riojana del vino lleva implícita una serie de valores y costumbres, entre las que se encuentran la hospitalidad y la generosidad. Aquí la cultura gastronómica es una auténtica religión, nos gusta comer y beber bien, muy bien, diría yo. Somos conscientes de la gran calidad de nuestros productos, demasiado buenos para ser disfrutados únicamente por unos pocos, por lo que nos gusta compartirlos con todo el mundo, en la medida de nuestras posibilidades.

Además de vino, no mucha gente sabe que en La Rioja hay otra serie de productos con denominación de origen y de calidad extraordinaria, tales como: aceite de oliva, pacharán y licor de “maguillas” (manzanas silvestres), pimientos, peras, nueces, caparrones, coliflores, champiñones, chorizos, patés y quesos.

En Lagunilla del Jubera, son concretamente éstos últimos, unos excelentes quesos de cabra frescos y semicurados (5ª foto), los que ofrecen una maravillosa y sabrosa compañía al vino (lo que suele llamarse “maridaje”, una palabra que no me gusta nada pero que está de moda). Porque la cabra es uno de los pocos animales, junto a corzos y jabalíes, capaces de aprovechar los ralos pastos y duros matorrales de las ásperas y agrestes tierras que rodean al pueblo (ver la primera foto, también famosas por celebrarse en ellas competiciones de motocross enduro).

El complemento ideal de la bodega o caño es un rústico horno de piedra situado en la calle (3ª foto) en el que se asan todo tipo de carnes y embutidos, entre los que destacan la careta de cerdo y los “cagurrieros”, parecidos a los “embuchados” pero sin enrollar, se trata de trozos de la tripa delgada del cordero, bien lavados, tostaditos y crujientes, que se comen untados en sal ¡Colesterol puro! Pero una delicia para degustar ocasionalmente. Y luego está la cocina normal, en el interior de la casa, claro, en la que Manolo nos preparó un extraordinario “rancho” o caldereta de patatas y cordero (4ª foto), acompañado por unas guindillas en vinagre que quitan el sentido… ¡Ummmm, para chuparse los dedos!

Es cierto, los riojanos somos sibaritas con la comida y con la bebida, sí, pero, lejos de la imagen de “pijerío”, lujo e intrigas que muestra la serie televisiva “Gran Reserva”, aquí la mayoría de la gente es de una gran humildad y sencillez, su riqueza reside mucho más en el “ser” que en el “tener”, reside en la calidad de vida y en valores como la amistad, el trabajo bien hecho, la hospitalidad y la alegría de vivir. Unos valores que, al parecer, están en peligro de extinción, incluso en La Rioja, donde al menos nos queda este último refugio de Lagunilla del Jubera.

¡Enhorabuena y seguid así por muchos más años, siglos y milenios!

Brindo por vosotros con vuestro paisano Honorio Oliván, “El Chota” ¡Salud!

Un abrazo y especial agradecimiento para Manolo (el dueño del caño) y su familia, Javiloru, Miguel Ángel, Paco, Carlos, Rubén, los dos Félix, Fernando y el resto de amigos del Grupo Micológico CulturalVerpa” de Logroño, así como para el folklorista riojano Javier Asensio, quien me ha confirmado que, efectivamente, Lagunilla del Jubera es el último pueblo de La Rioja en el que se conserva viva la tradición de hacer vino en los caños, así como el ritual comunitario y dionisíaco de visitarlos en peregrinación.

Lo único que eché de menos fue que alguien se hubiese marcado una jotica…

Resuenan en el sombrero: “Jota riojana de Logroño: Y nadie en Logroño se siente extranjerooo…”. Y “Churches”.- Winter Hours (New York, 1985). Porque los caños son auténticas catacumbas, iglesias o catedrales a las que acudir a refugiarnos y reconfortarnos en estas horas de invierno.

Fotos impares by Mad Hatter, las pares son de Miguel Ángel ¡Muchas gracias compañero!

2 comentarios:

Unknown dijo...

El olor de las chuletillas asadas con sarmientos-sin ellos no son lo mismo-me acerca atu Blog para compartir un buen vino -tinto o clarete y en porrón -como Dios manda y acercarte un poco a esa otra parte de La Rioja Alta de la cual procedo Zarratón y otros pueblos dónde también es tradición visitar sus bodegas o calaos como Rodezno que seguro encontrarás en alguna página Web y que te recomiendo visites en agosto.
Un abrazo
¿Y unas morcillitas asadas de arroz para acompañar a esas chuletilas con unos pimientitos rojos?

Mad Hatter dijo...

Hola Yuri.
Muchas gracias por tu comentario, paisano. No sabes lo que me alegra saber que por La Rioja Alta también nos quedan refugios, creo que al otro lado del Ebro, en Ábalos y San Vicente de la Sonsierra también quedan calaos, aunque no sé si se alcanza ese grado de celebración comunitaria o son sólo reuniones de grupos de amigos -"cuadrillas"-, si bien poner la raya en estas cuestiones es harto complicado.
Así que mejor me apunto a esas morcillas asadas.
Buen postre, si señor!
Un abrazo paisano.