jueves, abril 04, 2019

REDESCUBRIENDO ARGÜELLES





Aquella mañana fresca y nublada del 1 de abril, por el centro de Madrid, sentí la necesidad de caminar, pensar y redescubrir el barrio de mi infancia (Argüelles).

Sin saber muy bien cómo ni por qué, mis botines me llevaron hasta el portal de la casa (1ª foto) donde vivió en gran Enrique Urquijo (Los Secretos), del que hace años leí un libro sobre su vida “Adiós Tristeza” (significativo y oportuno título). Sin embargo, la placa metálica (2ª foto) que se muestra en la pared no hace referencia a este excelso músico sino a un no menos ilustre dibujante y escritor, como fue Antonio Lara “Tono, uno de los fundadores de la revista “La Codorniz”.

Proseguí mi camino atravesando la Plaza del Conde del Valle Suchil, donde, pegando a la calle Alberto Aguilera, hay unos cuantos ejemplares de Ginkgo (Ginkgo biloba), alguno de los cuales tendrán una edad próxima al siglo (3ª foto). Resulta paradójico que, en nuestras ajetreadas y modernas calles, repletas de gente que transita apresuradamente portando móviles y patinetes eléctricos, aún queda sitio para unos estáticos y venerables fósiles vivientes, como son estos bellos árboles, reliquias del Jurásico.

Continué calle arriba por Guzmán El Bueno, azuzado por el hambre y la sed entré en el castizo barLos Chicos”, famoso por sus patatas bravas (4ª foto), de las que pedí una ración que regué con un par de cañas bien tiradas. En la actualidad el establecimiento está regentado por dos mujeres, una rumana y una ecuatoriana, siendo los camareros de origen sudamericano. Eso quizás explica por qué ya no pueden verse los tradicionales “zarajos” (tripas de cordero fritas enrolladas en un palo) entre las tapas de los mostradores, si bien he de decir que las patatas bravas me supieron igual de ricas que siempre. Ciertamente, el sector servicios en Madrid está claramente dominado por extranjeros.

Al salir del bar, observé emocionado que las puertas de mi antiguo colegio (La Salle San Rafael) estaban abiertas para permitir la salida de los alumnos, al finalizar la jornada matutina, tal y como yo mismo hice por última vez, hace la friolera de casi 40 años, por lo que no pude evitar asomarme para comprobar con asombro que el patio estaba exactamente igual, la galería, las columnas de ladrillo desgastado, el suelo con claraboyas de vidrio que dan al gimnasio del sótano,… Lo único que varía es una diversidad de razas y sexos entre el alumnado, mucho mayor de la que había hace 40 años.

Un poco más arriba, también permanecía igual que la recordaba la papelería “Impresos Rodríguez”, en la que compre un pequeño cuaderno en el que anoté el primer borrador de estas líneas. Al escribirlas tomo conciencia de lo afortunado que he sido por tener una infancia feliz, en la que, tanto yo como mi hermano, recibimos una educación que, más adelante, nos permitió estudiar una carrera y trabajar en el ejercicio de la misma, algo que, por desgracia, no es muy común en nuestros días.

La mayor diversidad de gentes y la inmediatez en el intercambio de información y acceso a los conocimientos que permite internet, en la actualidad, está produciendo una creciente globalización y propiciando una cierta “igualdad”, si bien aún persiste en nuestra sociedad un cierto “clasismo”, ya que solemos movernos en círculos mucho ,más cerrados de lo que nos creemos, formados por personas que suelen tener niveles culturales y económicos parecidos y que comparten unos intereses similares. Ello quizás sea debido a nuestra Historia y a los muchos siglos, incluso milenios, que la sociedad lleva estando organizada o compartimentada en diversos estamentos o clases.

El coctel internet-emociones parece estar erosionando y revolucionando esta rígida, secular y obsoleta estructura social. Las conexiones neuronales de nuestros cerebros y la forma en la que percibimos el mundo están cambiando, día a día, pero me pregunto si realmente estamos adaptados a esa velocidad de evolución que puede que nos produzca cierto vértigo. Hay quien habla de aturdimiento por exceso de información y falta de tiempo para asimilar los conocimientos y para pararnos a estar a solas con nosotros mismos, escuchar a nuestro “yo” interior, reflexionar, así como a un progresivo individualismo que dificulta las relaciones sociales “en carne y hueso”, de verdad, fuera del mundo virtual, que a menudo puede resultar ficticio o engañoso. Pero supongo que todo esto es inevitable, lógicamente, una mayor libertad implica mayor grado de incertidumbre.

Resuena en el sombrero: “Pero a tu lado”.- Los Secretos (Madrid, 1995).

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