lunes, julio 28, 2008

Luces en el fango


El ser humano necesita tenerlo todo bien ordenado y bajo control pare sentirse a gusto y confortable, pero la Naturaleza y la Vida, en su imparable y caótico torrente de ciclos que se engarzan unos en otros, formando una compleja y tupida red, que nos resulta imposible de descifrar y desenmarañar para nuestras simplistas y ordenadas mentes, tan aparentemente lógicas y racionales, pero que, en el fondo, están plagadas de miedos, contradicciones, prejuicios, anhelos, frustraciones, incomprensiones y deseos, se encarga de desbaratar, una y otra vez, nuestros planes.

Deberíamos ser mucho más modestos y asumir que, en realidad, no estamos tan lejos evolutivamente de un pobre berberecho (Cardium edule), un pequeño molusco bivalvo que se pasa toda su vida filtrando agua de mar enterrado en la arena, una arena formada por millones de diminutos cristales de cuarzo, estructuras perfectas que se apilan en forma de estratos, entremezclados con la negra materia orgánica en descomposición que arrastra la ría y las mareas, componiendo un fango negruzco con aspecto de pútrida ciénaga, pero repleto de vida en sus entrañas.

Los berberechos sólo asoman a la superficie un par de sifones, a través de los cuales absorben el agua marina de la que toman el oxígeno y el alimento que les da la vida. Sus blandos cuerpecillos, encerrados y protegidos entre dos duras conchas calcáreas finamente acanaladas, acumulan las preciadas proteínas y sales que el padre mar y la madre tierra les traen cotidianamente, arrastrados por las olas y las mareas con la fuerza y la energía que nos proporciona la todopoderosa luz del sol.

Estos pequeños sifones emergen en la superficie del lodo en forma de dos pequeñas "lucecitas" en forma de ojales, que son las que "señalan" la presencia del berberecho enterrado a pocos centímetros en el fango y la arena de la somera ría o ensenada, de aguas tibias y apacibles, protegidos de la furia del mar abierto por bancos de arena, cabos, puertos o montañas costeras.

¡Pobre berberecho! Pequeño, modesto, insignificante, pero tenaz y persistente, lleva millones de años realizando su callada labor, enterrado un par de centímetros en el fango. Nadie le escucha, nadie le hace caso, nadie le toma en serio, casi nadie se percata siquiera de su existencia. Casi nadie, porque, un buen día, pasará por ese preciso lugar de la ensenada una persona mariscando, que irá fijándose atentamente en las señales y "lucecitas" que él envía con los sutiles guiños y pestañeos de sus sifones. Una persona con el deseo y el afán de encontrarlo, que lo sacará del fango con sus manos, lo lavará, lo purgará, lo cocerá al vapor y finalmente se lo comerá, de forma que pasará a formar parte de su propio cuerpo, de sus propios hijos, a los que, a su vez, enseñará a saber mirar al fango, a buscar entre la arena del fondo de la ensenada, a través de sus someras aguas, sorteando las medusas y pólipos urticantes que se esconden entre las algas.

Otro buen día, un temporal, alguna tormenta o la crecida del río enterrará la ensenada, erosionará la playa y cambiará el perfil de la costa, pero no importa, nuevas larvas de nuevos berberechos colonizarán la nueva ensenada y volverán a filtrar el agua, a crecer y a guiñar sus sifones a nuevas generaciones de mariscadores.

Resuena en el sombrero: "Santa Mira".- The Coal Porters (Los Angeles (California), 2002). Uno de los grupos en los que milita Sid Griffin (ex-Long Ryder).


martes, julio 22, 2008

Ahí Baixo


Los lugares en los que desembocan los ríos en la mar, ya sea en forma de rías, estuarios o deltas, tienen una magia especial. En alguna ocasión he hablado sobre el paralelismo existente entre los ríos Ebro y Mississippi, y sus correspondientes deltas, cuyas aguas eran surcadas antaño por los majestuosos barcos de enormes ruedas de aspas, propulsados a vapor, en el caso del gran río americano, o por las parecidas aunque más modestas vaporetas, que atravesaban el caudaloso Ebro.

Unos paisajes que inspiraron al gran escritor americano Mark Twain, cuando escribió su famosa novela "Las Aventuras de Tom Sawyer", en 1876. Un travieso chaval de doce años que vivió inolvidables aventuras en las riberas del Mississippi, junto a su indómito amigo, Huckleberry Finn, y su dulce novieta Becky Thacher, y que a mi se me antoja que el chaval que sale en la foto de arriba, a bordo de una embarcación tradicional de la ribera del Ebro, podría ser una versión actual y española de dicho personaje.

Estos lugares húmedos, con clima subtropical y repletos de oscuras ciénagas, algas y musgos colgantes, tienen un cierto aire de misterio. Parece como si tuviesen el poder de despertar nuestros sentidos. Hay quien asegura que, en estos lugares mágicos, hasta los muertos se despiertan de vez en cuando. No en vano fue en esta región del bajo Mississippi donde surgió la famosa leyenda de los zombies o muertos vivientes, inspirada sin duda por la gran afición que existe en estas zonas al vudú, la santería y otros rituales antiguos (incluso de origen egipcio), que son practicados por extraños gurús o brujos que viven en cabañas o barracas hechas con madera, cañas, juncos y barro, escondidas en lo profundo de la jungla o entre los arrozales del delta.

Son lugares en los que se ha producido una compleja y enriquecedora mezcla de culturas, razas y religiones. Lugares en los que abunda la música, la comida, la bebida y la diversión. Lugares en los que cuesta muy poco dejarse llevar por la suave y dulce corriente del entorno, que nos invita a disfrutar de la vida, al mismo tiempo que nos muestra lo tremenda y brutalmente cercana que está la muerte en cualquier rincón del camino, en una curva, en un recodo, en algún meandro perdido, podemos tener un descuido, ser atropellados, tener un accidente, caer al río y acabar en el estómago de algún caimán del Mississippi o siluro del Ebro.

Innumerables aves de todas las formas y colores: garzas, cormoranes, patos, somormujos, zampullines, fochas, gaviotas, charranes, pagazas, fumareles, cigüeñuelas, avocetas, canasteras, ibis, cigüeñas, flamencos, espátulas, aguiluchos laguneros y milanos negros, surcan los cielos por doquier, inundando de vida el delta. Junto a ellos, al atardecer, con la llegada de la noche, otras diminutas alas azotan el denso y húmedo aire, emitiendo un agudo y peculiar zumbido, se trata de nubes compuestas por miríadas de mosquitos que salen de las ciénagas y de los arrozales para alimentarse de nuestra sangre caliente, la cual deben tomar las hembras de estos pequeños y molestos insectos para dar vida a sus huevos, de los que nacerá su numerosa prole.

Resuenan en el sombrero: "Le Sud de la Louisianne".- John Trahan Avec Le Group Acadiana (New Orleans (Louissianna), 2001). Un buen ejemplo del estilo mestizo Cajún, cantado en un dialecto del francés con ese mismo nombre.




"Big River".- Highwayman (Nashville (Tennessee), 1985):


jueves, julio 10, 2008

Muy cerca del cielo


A caballo entre las provincias de Tarragona, Teruel y Castellón, se encuentran los montes denominados los Puertos de Tortosa-Beceite. Se trata de unas abruptas montañas que se alzan, cortadas a pico, desde casi el nivel del mar hasta los 1.447 metros de altitud, que alcanzan las cumbres de Caro y picos adyacentes.

Estas montañas constituyen uno de los principales enclaves en los que habita la agreste Cabra montés hispánica (Capra pyrenaica hispanica), cuyos machos alzan al cielo, en estas cumbres, sus enhiestos y grandes cuernos en forma de lira, como auténticos monumentos a la supervivencia del más fuerte, del más adaptado a la dura vida en la montaña mediterránea. Son un verdadero monumento vivo al "gen egoísta", cuya transmisión a lo largo de las generaciones ha dado lugar a este maravilloso "engendro" de la Naturaleza Ibérica que es la tremenda cornamenta de los machos monteses, el trofeo más preciado de los cazadores de caza mayor de todo el mundo. Todo un tesoro que se encuentra aquí, muy cerca de nosotros, muy cerca del cielo, a la vista de todos los afortunados que se aventuren a subir hasta los Puertos de Tortosa y Beceite.

Resuena en el sombrero: "Just Like Heaven".- The Cure (Crawley (Sussex), 1985). En este vídeo se puede ver al oscuro Robert Smith haciendo el cabra por la montaña, asomado a los riscos con cara de búho asustado, mirando a las estrellas en una noche serena y aullando a la luna, enamorado, aunque a veces da un poco de vértigo.